Cuando el periodista presencia algún gran acontecimiento o hace algunas observaciones que no se pueden expresar plenamente en una crónica en el diario o en una revista, esta limitación se podría resolver escribiendo un libro de hechos reales o de ficción.
Cuando el novelista Truman Capote escribió A Sangre Fría, insistió en que no era periodismo, sino un nuevo género literario que él había inventado: “la novela de hechos reales”. Independientemente del nombre que se le aplique, la obra se estructura como una novela, se lee como una novela realista, pero los acontecimientos en que se basa, realmente sucedieron. El escritor reconstruye algo que sucedió y recrea los incidentes anteriores y posteriores al suceso. En el caso de Capote, su novela se desarrolla alrededor de un asesinato, las víctimas y los sospechosos. Un libro de esta naturaleza, en efecto, representa el estudio de un caso y un vehículo para comentarios sociales.
Hunter S. Thompson llevó la idea aún más lejos. En la misma corriente del nuevo periodismo, Thompson fusionó hechos y fantasías y creó el “periodismo gonzo”, un estilo de escribir profundamente interpretativo y de gran participación personal. Las parodias que escribió de las campañas presidenciales de Estados Unidos en 1972 son ingeniosas y entretenidas, pero resultaron perjudiciales para los candidatos políticos cuando aparecieron en Rolling Stone en esa época.
Para algunos escritores del tercer mundo es motivo de envidia el que sus colegas del primer mundo puedan disfrutar el lujo de esa libertad de expresión. Algunas veces, el clima social y político de un país es tan especial que la simple actividad de informar –un relato escueto de los hechos y la mención de las palabras exactas de funcionarios- ya no digamos realizar un reportaje interpretativo, representa un riesgo para el reportero. Fusionar los hechos y fantasías como Thompson sería sumamente peligroso para el escritor.
Sin embargo en esas circunstancias adversas, generalmente los periodistas y otros trabajadores de los medios demuestran contar con mucho ingenio. Saben cómo eludir del escrutinio de los censores y manejar las limitaciones. Escriben ficción, relatos de forma de fantasías, cuentos de hadas y fábulas. Utilizan las caricaturas, las canciones populares, cánticos y versos y cartelones. El teatro de marionetas se convierte en el escenario de la voz de los reprimidos y la escenificación callejera, en el vehículo para la crítica social y política.
Y de hecho, no tiene nada de malo querer escribir una novela o producir una obra teatral para expresar alguna observación personal de la vida en general, o incluso para satisfacer simplemente la afición creativa del autor (siempre y cuando el autor sea una persona ética y socialmente responsable).
En cualquier caso, el periodismo no es necesariamente “más cierto” que la ficción. Puede ser, como escribió Hunter Thompson en sus momentos más serios, que tanto el “periodismo” como la “ficción” sean categorías artificiales y que ambas formas, en el mejor de los casos, sólo sean dos medios diferentes para alcanzar el mismo fin.
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